Las rabietas

“Quiéreme cuando menos lo merezca porque será cuando más lo necesite”

Dr. Jekill.


O lo que es lo mismo, “Intenta ponerte en mi lugar porque yo también lo estoy pasando mal”.

Los  seres  humanos  al  nacer,  y para cuidar de nuestra propia supervivencia, buscamos en un primer lugar el apego de nuestros progenitores o  las  personas que nos   cuidarán de manera inmediata. Eso nos proporcionará seguridad,  alimento,  higiene, sueño… pero  para  poder  llegar  a cubrir esas necesidades básicas, es importante que los adultos que nos cuidan sepan en qué momento vamos a necesitar de su ayuda. Para ello hemos desarrollado habilidades llamadas “de reclamo”  que  ponen  en  alerta  la  atención  de  esos  adultos  que  cuidan  de  nosotros. Somos expertos en la adquisición de todo tipo de reclamo para lograr esa atención.

Sin embargo, si en un primer momento estamos diseñados para captar esa atención vital, mas adelante, la naturaleza nos predispone para todo lo contrario, es decir, la independencia, totalmente necesaria para crecer de forma autónoma hacia nuestra propia reproducción. Si en un primer lugar, el bebé busca nuestro apego, aproximadamente alrededor de los 2 años de edad, los niños tratan de hacer las cosas ellos solos, por si mismos. No dudarán un momento en tratar de conseguir lo que desean. ¿Cómo? Pues con una estrategia que, por lo general, hace que los resortes de los adultos salten como muelles: La negación. Decir “no” ante las peticiones de otros hace que ellos mismos se reafirmen en lo que ellos no son: “Yo no son mis padres” por lo tanto “Yo soy otro” (Aún no saben quien es, pero desde luego sabe que él no es su padre o su madre) y eso ya les proporciona una seguridad para poder desarrollar su propia personalidad.

El problema viene por ese resorte que nombraba anteriormente y es que la negación de los niños causa en ambas partes un conflicto emocional que provoca enfados, mal estar. Son las conocidas rabietas de los niños. Lo que muchos padres interpretan como rebeldía, desobediencia o incluso de tomarles el pelo no son otra cosa que la propia naturaleza del ser humano en la búsqueda de su propia independencia. Por lo tanto los desafíos o las luchas de poder, entendidas por los padres, no son tales. Simplemente su hijo les está comunicando que se está haciendo mayor y tiene derecho a querer, desear y hacer cosas diferentes a las que los papas desean.

Ante estas rabietas, Rosa Jové (autora del libro: La crianza feliz, como cuidar y entender a tu hijo de 0 a 6 años) propone seis alternativas para tratar de superarlas:

  • Comprendiendo que el niño no pretende tomarnos el pelo. Solamente pretende mostrarnos su identidad diferenciada
  • Dejando que pueda hacer aquello que quiere. Cuidando en todo momento de salvaguardar su vida. A este punto se refiere a ejemplos como el de vestir de una forma diferente a la que a nosotros nos gustaría o a nuestra propia estética, por poner un ejemplo. Caminar sin ir cogidos de la mano si no hay peligro de cruces o aceras estrechas (otro ejemplo). Se trata de buscar una flexibilidad y llegar a un punto de acuerdo.
  • Evitando  tentaciones:  Tratar de  no  exponer  al  niño  a ámbitos en los que una petición de, por ejempo juguetes o chuches, pueda causar un episodio de rabieta incontrolado, en un supermercado o una juguetería. Si evitamos pasar por el pasillo de golosinas o nos colocamos en una caja para pagar que carezca de juguetes evitaremos que ese episodio no se produzca.

“Ante la duda de cómo actuar, intente querer a su hijo al máximo porque él lo estará necesitando, ya que las rabietas también hacen sentirse mal a los niños” Rosa Jové.

  • En caso de que se produzca la rabieta, en primer lugar es importante tratar de comprenderle.
    Ponerse en su lugar de forma empática (reconocer sus sentimientos). Segundo, explicarle qué es lo que se espera de él para que tenga claridad sobre su comportamiento, y tercero, dar la oportunidad a que pueda tomar sus propias decisiones y así poder educar a futuros adultos que sepan elegir. Las rabietas se dan a los 2 años (aproximadamente) y a esa edad los niños ya comprenden lo que se les dice. Aún así es conveniente poder adaptarnos al nivel de su lenguaje.
  • Permaneciendo a su lado cuando ha estallado emocionalmente. Los abrazos o el contacto piel con piel suelen ser medicinas para calmar los estados de ansiedad. Sin embargo en muchas ocasiones en que la rabieta llega a extremos como las pataletas, el contacto carece de eficacia y tienden a rechazarlos. Respetaremos esa opción y permaneceremos a su lado hasta que se descargue emocionalmente. Cuando esté en disposición de escuchar (recordemos que en estados alterados es tremendamente difícil estar abiertos al diálogo) se podrá tratar de iniciar un proceso de acercamiento físico y verbal. Reconociendo sus sentimientos es una buena manera de empezar.
  • Teniendo  paciencia  ya  que  las  rabietas  son  un  aspecto  natural  y  pasajero  dentro  del crecimiento y maduración del niño. Mientras que el niño no adquiera un lenguaje que le permita expresar sus necesidades y emociones, su estrategia para tratar de lograr sus propósitos serán, en esta etapa evolutiva, la de los lloros y las pataletas. También llegará un momento en el que pueda saber quien es él y que es lo que quiere, sin que por ello tenga que llevar la contraria a todo el mundo porque ha aprendido, gracias a la autonomía que le hemos permitido adquirir, solicitar las cosas de una forma razonable.

Las rabietas, sin duda, son causa de mucho estrés en el entorno familiar y muchas veces la solución que se toma ante estos capítulos es la de ignorar al niño, sin embargo las técnicas que consisten en ignorar la conducta solo modifica el exterior, es decir, el comportamiento del niño, pero no llegan a la raíz del problema. Por lo tanto, no se solucionará y la mala actitud del niño volverá a surgir una y otra vez.

Es por esto que un “mal comportamiento” debe ser entendido en todo momento como una necesidad no satisfecha que el niño necesita sea resuelta. Está en nuestra manos el poder empatizar con sus emociones para poder comprender lo que le sucede y ayudarle a gestionar sus impulsos.

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